La canoa contra la roca ¿quién quiebra?

Las mujeres en la Revolución Rusa de 1917

Wendy Goldman Wendy Goldman

Traducción de Beatriz Cannabrava

Por un breve momento, las mujeres próximas del nuevo poder llegaron cerca del amor libre, el divorcio, el aborto, la disolución del matrimonio, el cuidado de los niños, las cocinas y lavanderías colectivas. Por un breve momento la canoa de las mujeres revolucionarias desafió la roca de una pétrea tradición. Lea la reseña del libro Mujer, Estado y Revolución, de la premiada investigadora e historiadora americana Wendy Goldman que presenta un cuadro monumental sobre la vida de las mujeres rusas a partir de la revolución bolchevique hasta la ascensión de Joseph Stalin.

Inmediatamente después de la Revolución de 1917 – que puso Rusia zarista boca abajo y abaló las certezas en el resto del mundo – juristas, trabajadores, feministas empezaron una intensa discusión sobre un Código da Familia, que fuera capaz de apartarse de la idea burguesa de  familia nuclear y patriarcal y principalmente que ayudara a alcanzar la igualdad entre hombres y mujeres.

Igualdad nunca vista en ningún sistema o modelo anterior.  Se trataba de un desafío tremendo, teniendo en vista la casi total dependencia económica de las mujeres y su sumisión objetiva y subjetiva al poder de los hombres. En Rusia, hasta entonces, las mujeres valían nada como individuos autónomos.

La Revolución roja explotó trayendo promesas francamente promisoras para las mujeres. Por ejemplo, libertarlas de la esclavitud del trabajo doméstico, de los cuidados exhaustivos de la maternidad, de matrimonios infelices y relaciones asimétricas.

Para alcanzar la liberación  de las mujeres – todos concordaban – era necesario que el joven Estado soviético asumiese parte importante del trabajo femenino no remunerado. O sea, el Estado precisaba construir guarderías, organizar cocinas y lavanderías colectivas, crear escuelas de tiempo integral para educar niños y adolescentes.

Al hacerlo, las mujeres estarían aptas para disputar el trabajo asalariado, estudiar y capacitarse para un real desarrollo personal y profesional. Socialización, promovida por el Estado, era la consigna del momento.

En los primeros años de la Revolución, el Código de Familia fue ardientemente discutido para volverse una guía  que norteara esos y otros avances. Para los más radicales, el resultado final sería la disolución de la familia con la victoria del amor libre y del libre arbitrio en las cuestiones afectivas y sexuales. Los más utópicos intentaban diseñar una sociedad en que los hijos serían más del Estado de que de madres y padres biológicos.

Algunos juristas abogaban que niños creados colectivamente y por instituciones preparadas crecerían inmunes a la opresión familiar y más preparados para el nuevo mundo. Las líderes mujeres,  claro, vieron una oportunidad única de libertar el género de la obscura esfera privada e finalmente brillar en la vida pública, en el caso, ser protagonistas – al  lado de los compañeros – de la construcción de la sociedad sin clases.

Las ideas de nuevo mundo, nueva sociedad, nuevo hombre y nueva mujer eran el telón de fondo agitando cerebros y pasiones. Y de hecho, el Estado soviético tomó algunas medidas. Liberó y facilitó el divorcio, bastaba requerirlo para que fuese obtenido. Estimuló el matrimonio civil, intentando eclipsar el  compromiso religioso. Han sido creadas guarderías para hijos de madres pobres y hogares infantiles para huérfanos y abandonados.

Pero la devastación de la Guerra Civil (1918-1921), el desempleo masivo, el hambre horrenda, la necedad de la burocracia funcionaron como una roca despedazando las mejores intenciones. En un efecto cascada, guarderías y hogares han sido cerrados por falta de dinero. Otros servicios declinaron dejando sin empleo todavía más mujeres.

Los hogares infantiles desbordaron con la demanda de los huérfanos de la guerra y niños abandonados por madres hambrientas. Las condiciones dentro de las instituciones de acogida de menores se volvieron deshumanas. Faltaba comida, espacio, actividades, educación. Niños morirían de enfermedades y aún de inanición.

Adolescentes escapaban para mendigar y robar en los mercados e las estaciones de ferrocarril. La delincuencia juvenil llegó a índices socialmente insoportables. Para las mujeres, nada se resolvía. Sin empleo y con maridos ausentes – o por la guerra, o por el divorcio – ellas no tenían como sustentar a los hijos y ni a ellas mismas.

Otra grande traba para la concretización de los avances del Código de Familia estaba en una Rusia mayoritariamente retrasada y campesina. El choque entre la libertad individual propuesta y la propiedad colectiva en el campo fue inevitable. Como en cualquier  otra parte del mundo, la mujer campesina vivía una opresión mucho mayor que sus hermanas urbanas. Una campesina divorciada, o una madre soltera en el campo, prácticamente no tenían derecho a nada. Aún con el bravo esfuerzo del sistema judicial para garantizar que ellas y los hijos recibiesen pensiones alimenticias, los derechos no resultaban. Verdad sea escrita: los hombres eran tan pobres que mal se sustentaban. Uno de ellos llegó a lamentar: No se puede dividir al medio una cabra o un rastrillo.

Terminada a carnificina de la guerra civil, los empleos empezaron a volver lentamente. Pero no para las mujeres. Ellas siempre eran preteridas cuando concurrían  con los hombres. Algunos empleadores usaban la justificativa de que mujeres eran más caras, pues se quedaban embarazadas y tenían menor disponibilidad.

El Partido, por su vez, estimuló la capacitación femenina para el trabajo. Pero sin que ayudase con el fardo doméstico y con los niños, pocas fueron las que se destacaron. El nuevo mundo repetía el viejo, donde las mujeres asalariadas estaban en cargos y funciones de menor valor. Y aún cuando ocupaban la misma función de un hombre, recibían menos que él.

Realidad de impacto también fue la liberalización del aborto, desde que hecho por médicos. Ahora bien, en Rusia como en toda parte, las mujeres siempre abortaron. Recurrían a los tradicionales métodos caseros. Los datos, y hay muchos en el libro de Wendy Goldman, muestran que el proceso acelerado do “éxodo” rural aumentaba las solicitaciones de aborto en la red pública.

Los compañeros hombres creían que las mujeres abortaban por razones económicas. En parte, sí. Pues era muy difícil crear y mantener niños con trabajos mal pagados y dividiendo el espacio de vivienda con muchas otras familias. Pero la sorpresa para los hombres vino al constatarse que gran parte de las rusas abortaba por la decisión libre y personal de no tener más hijos. O aún de no tener ninguno. Decía una de ellas: Hijos son un problema serio para los estudios y el trabajo, una  vez que siempre se quedan a los  cuidados de la madre.

Con la llegado de los años 1930, Rusia mejorara su economía, pero las cabezas empeoraron. Lo que antes era discutido por muchos, se volvió asunto de pocos. Quedó decidido que divorcio, aborto, socialización de niños, cocinas y lavanderías comunitarias pesaban en el presupuesto público y no eran prioridades.

La utopía de la disolución de la familia, como unidad de producción e institución jerarquizada, estaba enterrada. Las libertades individuales también. En la política estalinista, el papel de la maternidad ganó realce. Muchos compañeros pasaron a alardear la delicia de ser madre.

Pero el Estado ya no ayudaría a las mujeres para el gran salto. Que ellas trabajasen, claro, pues el ideal socialista alentaba la participación  femenina fuera de los hogares. Pero lo que se vio fue la triste canción de la doble jornada de trabajo. De día, en las fábricas y oficinas. De noche, en la cocina y en el lavadero.

Wendy Goldman cuenta eso – y mucho más – de forma consistente y aguda. En el libro Mujer, Estado y Revolución, la autora equilibra la frialdad de los números con testimonios pujantes del drama vivido por personas de carne, hueso y sueños. Su trabajo puede ser aprovechado por personas interesadas en historia, sociología, feminismo, revolución rusa e, también, por el público en general.

Varias de las cuestiones expuestas tienen relación con la situación de las mujeres en el Brasil de hoy. Entre esas, la negación del aborto como una decisión de la mujer, la discriminación y violencia de género, los bajos salarios, la diminuta participación femenina en los cargos de poder público y empresarial.

Por fin, la autora no lo puso, pero sería muy bueno tener como epígrafe los versos del compañero Vladimir Maiakovski (1893-1930): La canoa del amor se quebró en lo cotidiano.

Mulher, Estado e Revolução

Autora: Wendy Goldman

Traductora: Natália Angyalossy Alfonso

Editora Boitempo

Ano 2014

Páginas 399

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